Recuerdo perfectamente la imagen de nuestro primer profesor de
filosofía, aunque no su nombre. Quizá alguno se acuerde de él y de
su nombre. Creo que estábamos en la Clase 14, era un tipo joven, no muy alto, con
el pelo muy cortito y gafas de concha. Le recuerdo bien porque empezó su primera clase
con una pregunta que ni entonces, ni ahora, ha dejado de darme vueltas en la
cabeza: ¿qué es el tiempo? Por allí aparecieron desde Heráclito a Bergson, de
Newton a Nietzsche.
Después, gracias a aquel profe de filosofía, me he ido perdiendo por
los vericuetos más emocionantes y por los más abstrusos: los presocráticos y
Aristóteles, presentismo y eternalismo, el flujo del tiempo, Leibniz, Newton y
Mach, Einstein y Gödel, etc.
Hoy (26/12/2016) en El Mundo, Pedro G. Cuartango nos interpelaba con
una de sus columnas sobre el tiempo y la memoria: “LA FILOSOFÍA ha centrado su indagación en el ser. Ello se
debe sin duda a la influencia de la filosofía griega, especialmente, a
pensadores como Parménides y Platón. Pero creo que la pregunta esencial de toda
reflexión no es qué somos o por qué existimos sino qué es el tiempo”. Estoy de
acuerdo, pero nada más que hasta aquí. Después continúa su reflexión con un cúmulo
de conceptos equívocos y, en mi opinión, erróneos, pero muy comunes.
Mi conclusión: la forma en la que pensamos el tiempo es
incorrecta.
Vivimos en un constante “ahora cambiante”. El tiempo, como
una línea a través de la cual viajamos, es simplemente una abstracción
matemática que nos ayuda a entender el mundo, pero a la vez es una visión que
nos fuerza a malentender qué es. Toda existencia está contenida en un
“ahora”, en el presente. El futuro y el pasado no son “lugares” que existan. El
futuro es una probabilidad o, como mucho, una predicción; el pasado es un
recuerdo, la memoria de los presentes pasados, valga la paradoja. Nada más.
Lamentablemente nuestro cerebro, quizá nuestra educación,
está programado para concebir el tiempo como algo que avanza en una línea, o un
ciclo. El propio lenguaje está sesgado hacia ese paradigma. Es difícil incluso describir otra forma de pensar, porque
las palabras en español (yo diría que en cualquier lengua, pero no puedo
afirmarlo) están inherentemente encaminadas a operar dentro del entorno de
tiempo-como-una-línea.
Para empezar, cualquier vocablo que se maneje de aquí en
adelante para tratar de describir qué es el tiempo, tropezará con el bucle perverso
de la utilización de palabras que contienen el término definido, bien
intrínsecamente o indirectamente, tales como cambio, movimiento, cadencia,
ritmo, velocidad, etc. Permítaseme hacer uso de ellas indiscriminadamente y sin
limitaciones escrupulosas y confiemos en que así ayuden a esbozar una forma
diferente de vislumbrar cuál es la verdadera naturaleza del tiempo.
La evidencia más simple de que el tiempo no es lineal (o
cíclico) es el hecho empírico de que avanza a diferentes velocidades
para distintos observadores. Las matemáticas de Einstein y la realidad medida
(por satélites GPS, entre muchos otros instrumentos) confirman que el tiempo
avanza a diferentes ritmos según el estado local de la gravedad, aceleración, energía
y así sucesivamente. Recordemos sólo algunos de los ejemplos más conocidos:
Para un fotón, que viaja a la velocidad de la luz, el tiempo
no avanza en absoluto. Llega a su destino en el momento exacto en que deja su
fuente. El fotón no se ha transformado en absoluto. Y, sin embargo, nosotros
podemos contemplar luz de estrellas que fue emitida hace miles de millones de
años y está formada por esos fotones para los que no pasa el tiempo.
Si se observa un reloj cayendo en un agujero negro, para un
observador externo será cada vez más lento y finalmente se parará. Pero desde el punto de vista del reloj, sigue marcando el mismo ritmo de siempre.
Un hermano gemelo puede pilotar un cohete interestelar,
viajar en un gran bucle a casi la velocidad de la luz durante un tiempo y volver
más joven que su gemelo que se quedó en la tierra. Sus tiempos locales avanzaron
cantidades diferentes y, sin embargo, al final del viaje llegan a coincidir en
el mismo momento y lugar. Eso sí, cada uno con una edad diferente.
¿Cómo podríamos ocupar un solo punto en una línea de tiempo,
si nos movemos a lo largo de él a diferentes velocidades? No tiene sentido.
Normalmente la resolución de estas paradojas se hace recurriendo
a conceptos como la dilatación del tiempo o "viaje en el tiempo hacia
adelante", pero eso es sólo retorcer la realidad para ajustarla a un mal
paradigma. El concepto de "viaje" en el tiempo se rompe. Es una falsa
analogía. Debemos dejar de usarlo. El tiempo no es una línea.
Pero entonces ¿qué es?
Digámoslo sin más preámbulos: el tiempo es una cualidad
intrínseca del universo —de la materia y de la energía— y local —de
cada región del universo—, que le permite experimentar cambios, transformarse. El
ritmo de cambio no es lineal ni uniforme, sino que depende de las condiciones
de cada fragmento del universo.
El tiempo, tal y como lo observamos, es meramente una forma
de conceptualizar las tasas relativas de cambio de diferentes procesos. Todo en
el universo tiene una tasa de cambio. Es conveniente definir una tasa estándar
como la del reloj y utilizarlo como referencia, pero el proceso real es la tasa
de avance del reloj. Cuando pensamos en tiempo,
debemos pensar en la tasa de cambio, el ritmo
del reloj.
Por ejemplo, consideremos una pelota que cae de la azotea de
un edificio. Podemos decir que la bola se suelta en t = 0 segundos y golpea el
suelo en t = 10 segundos. O podemos decir que el reloj hace tic 10 veces (es
decir, 5 veces tic y 5 veces tac) mientras cae la bola. Evidentemente se trata
de afirmaciones matemáticamente equivalentes. Pero uno se centra en el tiempo
como una dimensión y el otro como una tasa relativa de cambio o ritmo.
Cuando el hermano gemelo viaja en el cohete, él y su cohete
no viajan a través del tiempo. Simplemente, sus edades y experiencias de
existencia son más lentas en relación con las del hermano en la tierra. Ha
disminuido su ritmo local de cambio con respecto al ritmo local de cambio en la
tierra. No hay viaje en el tiempo, simplemente diferentes cantidades de cambio.
Casi todas las percepciones confusas sobre tiempo —paradojas
del viaje en el tiempo, dificultad de comprensión de la dilatación del tiempo— desaparecen
cuando se conceptualiza la realidad como un ahora-en-cambio-permanente.
Abandonemos, por tanto, el erróneo concepto del tiempo lineal y pensemos en términos
de ritmos de cambio locales. El universo tiene así mucho más sentido.
Hay alguna conclusión decepcionante: los viajes en el tiempo
no son posibles, ni para adelante ni para atrás. El pasado no existe, sólo como
memoria, y el futuro tampoco, únicamente como posibilidad. Estamos, por tanto,
atrapados en el presente continuo. Pero el presente cambia.
La cuestión que se plantea entonces es: ¿por qué el ritmo de
cambio depende de las condiciones de cada región del universo? La física permite
predecir cómo va a cambiar, a qué tasa, cada espacio del universo en función de
su estado y el de las regiones adyacentes. Y eso plantea una nueva pregunta:
¿por qué las leyes de la física son como son y no de otra forma? ¿Qué ley de
leyes hace que la física siga determinados principios en todos los fragmentos
del universo?