miércoles, 7 de junio de 2017

Despatarre


El Ayuntamiento de Madrid incluirá pegatinas contra el 'manspreading' en los autobuses municipales. Qué ‘manspreading’ ni qué tontería, despatarre se ha llamado de toda la vida.

Se empieza con estas huevonadas y se termina con los campos de reeducación. Yo creo que el siguiente paso es instaurar una especia de Guardianes de la Revolución a lo iraní. Se les dota de una vara donde se señala el máximo permitido de separación entre rodillas y en caso de superarlo la vara tiene un segundo uso: estacazo al lomo y 500 euros de multa. Al menos se crearán empleos.

Ahora en serio: el asunto es el de siempre, el de una parte de la izquierda que pretende ejercer de policía del pensamiento, ingeniería social lo llaman ellos, influyendo en los modos, la moral y el comportamiento personal de cada cual. Incluso definen lo que es y no es de buena educación, convirtiéndolo en una agresión. Hay sectores de izquierda radical que son como seminaristas furiosos, buscando pecadores en todas las esquinas. Se autositúan ellos mismos en un estrado de tres metros de superioridad moral y si discrepas te anatemizan como fascista, machista, negacionista o intolerante. Esta es sólo una pequeña muestra.

Yo mismo he sido víctima del despatarre, y no soy hembra. En el fútbol, en el metro o en el autobús. Así que menos victimismo micromachista, algo que también ha querido colar de matute nuestro insigne Ayuntamiento. El despatarre es una falta de educación como un piano, me resulta incomodo e inaceptable, como gritar, eructar sonoramente, colarse en las colas o empujar para pasar primero. Basta con pedirle al interfecto que junte las piernas y ya está. Repito, es un problema de educación. Y a gastar dinerito, a saber quién lleva comisión en esta necedad. Coño, que prohíban tirar colillas y papeles al suelo, con multas del copón, que tienen la ciudad hecha una calamidad. Ah, pero eso no tiene ninguna carga ideológica, no vende progresismo, no es de su interés.

¿Y qué pasa con esas señoras que te clavan el bolso mientras ocupan la mitad de tu asiento? ¿Y con las gordas? ¿Y con los gordos? ¿Y con las que te atufan con un perfume de putón? ¿Y con los que se lavan poco y huelen mal? ¿Y con los nerviosillos que mueven las piernas y hacen temblar los asientos? ¿Y con los que hablan alto? Venga, a poner reglas y prohibirlo todo.

El problema de fondo es que tenemos alcaldes que son políticos con ínfulas, cuando deberíamos tener gestores bien remunerados por objetivos. La opinión de un alcalde sobre el aborto, la política exterior o la sanidad es perfectamente prescindible, máxime cuando ya tenemos Autonomías además del Gobierno Central, cuando deberían centrar sus esfuerzos en cosas mucho más pegadas al terreno y útiles a los ciudadanos, como son la gestión de tráfico, la limpieza, la recogida de basuras o el planeamiento urbano.

Por último, es muy típico de los políticos mediocres convertir un problema, por pequeño que sea, en un delito. Así logran tener dos ocupaciones: el primero, que no solucionan, y el delito que artificialmente generan. Falta poco.